En Love You To Death cada teclado, cada ritmo secuenciado, la producción de cada estribillo, parece salir de un éxito de melodrama tecno pop de los años ochenta. Como imágenes recortadas en el pasado y conservadas en un libro de recuerdos que se vuelve a consultar hoy o ejercicios caligráficos realizados en la adolescencia a partir de una cartilla de grafía romántica (ese título…), sus canciones parecen en una primera escucha citas de un pasado musical cuyo brillo tratan de revivir sin ironía.
Pero las sucesivas escuchas nos desvelan que no se trata de un ejercicio de mera caligrafía, sino de la destilación de un lenguaje emocional hecho posible por la gramática pop de los ochenta, cuya inmediatez Tegan y Sara Quin buscan y, con la ayuda del productor Greg Kurstin, logran. La construcción de cada canción resulta perfecta dentro de los límites que se imponen, reuniendo las piezas que permiten dar en cada una de ellas estructura a una eufórica escalada hasta un glorioso estribillo. El resultado es una serie de subidones artificiales, cada uno tan satisfactorio como el anterior, comenzando por “That Girl” y continuando por “Faint of Heart”, con su estribillo de canción de cierre de una banda sonora, hasta llegar a la perfección pop de “Boyfriend” o “White Knucles”.
Una parte importante del placer con que se escucha Love You To Death surge, sin embargo, no del rigor constructivo de su música, sino de sus letras. Unas letras tan conscientes como las de Stephin Merritt de la fijación de los géneros en la canción pop —fijación que comenzaba a disolverse en los ochenta en las letras escritas para sí o para otras de Prince—, ofreciendo una perspectiva queer sobre la escritura de esta, que la revive a oídos del consumidor más aburrido de su sentimentalidad unívoca. Todo ello nos ofrece la oportunidad de visitar un lugar en el tiempo, en el espectro emocional y en las relaciones dentro de un mismo género que muchos, de otro modo, ignoraríamos.
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