Ciencia ficción de Estado: “El ministerio del Tiempo”

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Más de cincuenta años después de que la BBC estrenase “Doctor Who” la televisión estatal española se propone dotar al imaginario nacional de sus propios viajeros temporales —que no espaciales— con “El Ministerio del Tiempo”. Pero si los viajes del Doctor aparecieron por primera vez ante los ingleses con una visita al comienzo mismo de la humanidad, tras haber recogido a sus acompañantes en una escuela, el inicio y los mitos de origen con los que “El Ministerio del Tiempo” juega son muy diferentes.

La institución que da título a la serie retrotrae sus orígenes, explicados por uno de sus actuales funcionarios, a la época de los Reyes Católicos, a quienes les fueron proporcionados los secretos del viaje en el tiempo por un judío —pronto ajusticiado por la Inquisición—, con la intención explícita de poder visitar antiguos reinos españoles. Este Ministerio del Tiempo comenzó de inmediato a velar por el orden de una historia que aparece ya como nacional, en el momento mismo en que la monarquía unificada da comienzo al relato de la nación moderna. El Ministerio, como la nación y la monarquía, han continuado hasta el presente, en el que, como uno de los responsables actuales de la institución nos explica, trabajan en el Ministerio “funcionarios españoles de distintas épocas con la intención de que la historia no cambie”. Y lo hacen porque “hay gente que quiere trastocar el tiempo para su propio beneficio”, a los que se enfrentará este funcionariado de la historia, reclutado en diversos momentos del pasado nacional y del que formarán parte los tres protagonistas de la serie.

La selección de los protagonistas no puede ser más significativa. Amelia Folch es una pionera universitaria en la Barcelona de finales del siglo XIX, que aparece por primera vez asistiendo a una clase de literatura y haciendo patente en una discusión su modernidad, al argumentar la importancia de la influencia extranjera en la literatura nacional (la serie incluirá un episodio sobre Lope de Vega). Una mujer moderna. Junto a ella, Alonso de Entrerríos, soldado de los Tercios al que no dudan en calificar de patriota. Un hombre a la antigua. En ambos casos los personajes responden a la más estricta división del trabajo en géneros. Pese a que las primeras universitarias catalanas estudiaron medicina, Folch estudia literatura, representando la cultura humanística, mientras que Entrerríos, de forma menos elaborada, representa la fuerza. Hubiera sido pedir demasiado que nuestros protagonistas fuesen una miliciana republicana y un humanista erasmista, por ejemplo. (La pretendida inclusividad de este eje nacional Cataluña-Castilla la pasaré por alto, por burda.) Junto con ellos un trabajador del SAMUR con el que los guionistas esperan que el espectador se identifique, es decir, se integre a través suyo en la fábula moral que estos tres personajes articulan claramente. Como bien nos explicará uno de los funcionarios del ministerio, si los españoles fuesen tan modernos como Folch y tan de honor como Entrerríos serían los ciudadanos ideales. Pero sabemos ya que los límites de ambos personajes están preestablecidos en una modernidad tímida y un tradicionalismo demasiado rancio (no entraré en las muestras de hombría de Entrerríos con la criada de una fonda, porque bastante mal gusto es referirse a ella).

Adecuadamente, la primera misión de los protagonista se desarrolla en otro momento de origen nacional, la guerra contra Francia en 1808, que tanto perturba a nuestro Entrerríos, ignorante sin embargo de las dependencias económicas de la España de 2015. Si el origen del Ministerio estaba en la monarquía unificada, el de las aventuras de nuestros héroes se sitúa en la fundación de la moderna nación de ciudadanos. Allí, para salvar a España, es decir, el presente de España, habrán de enfrentarse a dos malvadas figuras que quieren cambiar el curso de la historia, un militar francés y su aliado, un español afrancesado. El uno teme que España, si la guerra se pierde, será el fin del sueño revolucionario, y el otro que España caiga en la oscuridad si las luces francesas son forzadas a abandonar la península. Por supuesto, el espectador sabe que sí, que España fue el principio del fin del imperio francés, y que no, que España ha sido capaz, por sí sola, de traer las luces de la modernidad. El español afrancesado morirá a manos del traidor francés, a su vez ayudado por otra viajera del tiempo, Lola Mendieta, de perturbador apellido vasco, antigua funcionaria del Estado y a la que dieron por muerta en un viaje a las guerras carlistas (guiño…). La maldad de los franceses será en todo momento guiñolesca, alcanzando niveles que creeríamos propios de las novelitas del nacionalismo católico que a principios de siglo XX publicaba la Biblioteca Patria, si no los hubiésemos visto en otro eximio ejemplo de arte de Estado, los fastos celebratorios de la guerra de la Independencia encargados por el gobierno madrileño a la Fura dels Baus apenas en 2008. Por su parte, los españoles, afrancesados y guerrilleros, son redimidos en un parlamento final pues, españoles en definitiva, no luchaban sino por su patria y con la mejor de las intenciones. (Si a alguien recuerda este cierre a la apertura en forma de dedicatoria que Camilo José Cela puso al frente de San Camilo, 1936, sí, está en lo correcto. La historia de España es y debe ser siempre cosa de españoles.)

La lectura final de la serie deja pocas dudas. Entre el origen de la monarquía nacional y la nación de ciudadanos se extiende un hilo, una institución secreta, que llega hasta el presente: la nación misma. Y esta nación tiene una historia en la que todo parece indicar que todas las sucesivas formas de Estado y gobiernos han estado de acuerdo. El Estado es así el garante no sólo de la unidad nacional, sino de la historia que la construye contra los peligros que la acechan. Y es precisamente sobre esta, sobre la historia, o mejor, sobre la historiografía, sobre lo que nos contamos del pasado, de lo que la serie trata. Teorizando una relación ficticia con el pasado —el viaje en el tiempo—, la serie está reflexionando sobre las relaciones reales con el pasado —la historiografía—. La historia de España es lo que fue y nadie debe intentar cambiarla para su propio beneficio, porque los peligros que esto traería para el futuro son incalculables. Toda una lección sobre el modo en que la cultura de Estado en España espera que los ciudadanos se relacionen con el pasado. Es decir, con su presente.

5 thoughts on “Ciencia ficción de Estado: “El ministerio del Tiempo”

  1. Madre mía, ¿esto realmente está siendo producido para una televisión? Menos mal que hago vida de ermitaño y no tengo que enterarme de estas cosas. Pero ni eso me impedirá hacer mi propuesta para el último episodio de esta serie, que seguro no tarda en llegar, y que será metarreflexivo y postmoderno como el que terminó con _Moonlighting_: los protagonistas viajan al año 2014 para tratar de convencer a los creadores de la serie de que cambien el _elevator pitch_ por una sobre Superlópez. Eso sí que molaría, ¿verdad?

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  2. Menuda sarta de tonterías, con todos los respetos.

    No me voy a parar a intentar responder el conspiranoico castillo de naipes argumentales que acabas de hacer para decir: o bien que la serie no te gusta (muy respetable) o bien que tienes prejuicios ante TVE (otra cosa muy respetable).

    Simplemente voy a decir que el último capítulo es todo un homenaje a la cultura republicana, y los guionistas de la serie no son precisamente sospechosos de ser ”fachas”.

    Buenas tardes.

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    1. En ningún momento recuerdo haber acusado a nadie de facha, ni mucho menos. Creo que tampoco decía si la serie me gusta o no. En cuanto al último capítulo, difícilmente podía formar parte de un ensayo que se publicó inmediatamente después del primer capítulo.

      El análisis que hacía simplemente trataba de mostrar que la serie es parte de una cultura del consenso que cuando trata de ser la única explicación de la historia puede convertirse en un problema para la imaginación política de una sociedad.

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  3. Viva el mundo de la conspiración!!!
    Definitivamente, debes dedicarte a escribir novelas de ficción o en su defecto a crear juegos tipos “Candy Crush”.
    Por buscarle tres pies al gato casi deberías criticar la selección de actores y actrices que han hecho (por ser demasiado españoles, o por no incluir ningún gallego, o porque las ciudades autónomas no están lo suficientemente representadas).
    Quizas deberías darte una vueltecita por las series que se emiten en otros países (no solo EE.UU, por favor) para darte cuenta de los temas de sus series y su relación con la sociedad y la política actual.
    Pero tranquilo, siempre te quedará Homeland, o Games of Thrones o Lost.

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    1. ¿Exactamente quién conspira y contra quién? No sé si es legitimo que señales el texto como una teoría conspiratoria, cuando eres tú quien la ves, no yo. Todo lo que señalaba en el texto estaba claramente presentado en la serie, que por otra parte no es sino un programa de la cadena de televisión oficial del Estado, cuyos responsables son elegidos como un cargo político más. No hay ninguna necesidad de ocultar el carácter político de su trabajo porque es precisamente lo que lo define.

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